Este verano (¡ay, qué lejos queda ya!) tuve la oportunidad de observar el firmamento durante dos horas con un super telescopio y un experto en astronomía. Era una noche despejada y el espectáculo era increíble. A través de la mano experta del guía (no os lo perdáis, Astroafición) pudimos observar Saturno con sus anillos, Júpiter con sus lunas, la Galaxia de Andrómeda, el Cúmulo de Hércules, estrellas dobles y muchas más cosas que soy incapaz de recordar ahora.
Durante las primeras observaciones con el telescopio no dejé de decir en voz más alta de lo que debiera «¡guauuuu!¡pero mira cómo se ve!¡qué pasadaaaa!». Luego ya me fui calmando, que mantener esa excitación durante dos horas es complicado. Fui pasando a una fascinación tranquila, casi contemplativa. Cuando terminó la observación me sentía completa, feliz.
Es curioso. Tenemos el cielo disponible para mirarlo todos los días de nuestra vida. ¡Y qué poco lo miramos! Tanto de día como de noche. Cierto es que la contaminación lumínica no ayuda a poder observar el firmamento nocturno. Aún con todo, tomar conciencia de lo que nos rodea es maravilloso. En esas dos horas el guía nos iba dando cifras de distancias, tiempo de existencia, y otros datos increíbles. Algunos tan básicos como que estamos viendo ahora la luz de estrellas que quizás ya no existen y que la tierra se mueve a 1.600 km/h.
Hoy he recordado esa experiencia al encontrarme con la palabra japonesa Yuugen en una meditación de Calm. Quiere decir «tomar conciencia de la belleza e inmensidad del universo». He leído también “conciencia del universo que produce respuestas emocionales demasiado profundas y misteriosas para explicarlas con palabras”
En contraposición, nuestro día a día es prosaico, lleno de tareas, objetivos y poco sentimiento de asombro. Y cuando lo hay suele ser negativo. Miramos poco alrededor, desconectados de lo que hay ahí fuera. Cuando digo ahí fuera no sólo hablo del cielo, sino también de la naturaleza que nos rodea, por ejemplo.
A mi me gusta pensar, en mi día a día, en lugares que despiertan en mi sensaciones de pertenencia a algo más grande que yo. Por ejemplo, el mar Cantábrico, algunos lugares del Pirineo… Pienso «ahora mismo el mar está batiendo esas rocas que tanto me gustan» «Aunque yo no esté ahí, las marmotas de los Llanos del Hospital seguirán haciendo de las suyas». No sé si eso es Yugeen, pero a mi me ayuda a sentir que no soy el centro del mundo, sino una pieza infinitesimal de algo mucho más grande, del que formo parte.
Me ayuda a sentir confianza en que la tierra gira sin que yo tenga que empujarla. ampliar perspectiva y sentir gratitud por la vida.